Conoce la experiencia de Carlos, ex-alumno y padre de tres alumnos de Jesuitak Indautxu, siendo familia acogedora de dos personas refugiadas, iniciativa liderada por la Fundación Ellacuría.
Todo empezó en febrero de 2022, teníamos todavía los últimos coletazos del COVID encima y estando en casa delante de la tele vemos mi mujer y yo que Rusia lanza una invasión a gran escala de Ucrania. Las imágenes eran aterradoras. A mí se me queda una idea dando vueltas en la cabeza: mi abuelo fue un refugiado de la guerra civil y me gustaría poder ayudar a la gente que tiene que salir de su país a causa de una guerra. Tras unos días le comenté a mi mujer esa idea y ella me contestó que también le estaba dando vueltas. En ese momento nuestros hijos tenían once y nueve años por lo que no eran tan dependientes como antes y nos animamos a dar el paso.
Tras ponernos en contacto con el Gobierno Vasco y otras entidades, a finales de marzo llegaron a nuestra casa Hanna y Sasha. Nunca se me olvidará el día que nos conocimos. Todo lo que pudieron traer lo trajeron en una mochila como la que lleváis al cole. Toda su nueva vida en una mochila. Como la del cole.
Han estado viviendo con nosotros durante un año entero y la verdad es que ha sido muy gratificante. Para nuestra familia y creo que también para ellos. Los primeros días fueron un ajetreo burocrático: permiso de residencia, empadronamiento, tarjeta de Osakidetza… Para ellos era muy importante, pero lo que tenían claro es que aunque refugiados en un país que no tiene mucho que ver con el suyo, aunque Hanna dice que nuestro clima de Bilbao es como el de la Crimea donde nació, una de las cosas importantes es que tenían que trabajar y para ello empezaron a ir a los cursos de castellano que se imparten en la Fundación Ellacuría.
El pasado 20 de junio el colegio Jesuitak Indautxu fue escenario del acto central del Día Internacional de las Personas Refugiadas, con la presencia de la Consejera de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales, Nerea Melgosa, junto con Hanna Maksymiv (una de las personas acogidas por Carlos y su familia) y otras personas acogidas, familias acogedoras y voluntariado del programa Loturak, que relataron sus experiencias.
Los primeros días y a pesar de la dificultad con el idioma fueron vitales para establecer un vínculo. Esta experiencia, aunque triste por la causa, nos ha aportado mucho en cuanto a que eres capaz de conocer nuevas realidades a las que no estás acostumbrado en Bilbao y en el entorno en el que nos movemos.
Por otra parte, el poder aportar un granito, aunque sea minúsculo, para poder ayudar a alguien que lo está pasando mal es muy gratificante. Si todos pusiésemos un granito de arena se crearía un muro frente a la injusticia.
Es cierto que hay momentos difíciles en los que ves que no están pasando buenos momentos, porque siguen teniendo a familia y amigos en su país. En esos momentos en ocasiones no ves la forma adecuada de ayudarles. Cualquier palabra en ese momento se queda corta pero al final con estar y ofrecer un hombro en el que apoyarte ya basta.
Con esfuerzo han conseguido trabajo y ya desde marzo del año pasado viven de alquiler y haciendo su vida independiente. Aunque ya no vivimos juntos seguimos teniendo contacto. Todas las semanas seguimos quedando para cenar, vienen de vacaciones algunos días con nosotros a Lekeitio y cuando podemos quedamos también por la tarde para tomar algo con ellos.
Poco a poco ves como van estableciendo nuevas relaciones tanto con personas de su país como con gente de Bilbao. Van haciendo sus proyectos de vida y los ves crecer como los hijos mayores que podrían ser.
En resumen, nuestra experiencia ha sido tan gratificante que no me cuesta nada recomendar el acogimiento. También es verdad que hay que ver en qué situación vital te encuentras y la disponibilidad a corto, medio y largo plazo.
En nuestro caso recuerdo que al principio estábamos muy perdidos y desconocíamos los recursos de los que poder tirar para poder ayudar mejor a nuestra nueva familia. Desde la Fundación Ellacuria nos proponían diversos talleres y charlas en los que podíamos conocer convocatorias de ayudas disponibles para los refugiados, así como recursos y herramientas de ayuda para familias acogedoras. Estas reuniones servían además para compartir experiencias tanto positivas como negativas para poder apoyarnos y reforzarnos los unos a los otros.
Hanna y Sasha han tenido una relación bastante intensa con la Fundación Ellacuría, primero con sus cursos de castellano, pero también ofreciendo consejo y ayuda para resolver los diferentes procesos burocráticos en los que han estado; para conocer las posibles ayudas que pueden afectarles y para tener un punto de referencia n Bilbao. Hoy en día ya no necesitan de forma tan intensa de esa ayuda, pero aún así nos comentan que cuando les surge alguna duda, tienen un teléfono y una persona donde acudir.
Ahora tan solo nos queda que la guerra de Ucrania termine (y todas las demás guerras también) para poder ir con ellos de visita y conocer a su familia, ver donde han vivido y comer esa comida tan rica que tienen.
Espero que esta pequeña carta os haya ayudado a conocer mejor lo que nos ha supuesto el ser una familia acogedora y eso que se me han quedado muchas anécdotas y experiencias por contar.
Carlos
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La iniciativa de familias acogedoras forma parte del programa Loturak, impulsado por el Gobierno Vasco y coordinado por la Fundación Ellacuría. Desde su inicio (2022) ya han sido más de mil personas que han convivido juntas mediante esta experiencia. Ser familia y hogar acogedor consiste en acoger en nuestra casa a una familia migrada o refugiada durante un periodo de hasta 3 meses (y extensible a seis), contando siempre con acompañamiento y apoyo técnico. El acogimiento va más allá del techo, se trata de abrir nuestra casa, construir un hogar y hacer vida en común. Abriendo nuestra casa construimos una hospitalidad que abre fronteras, enriquece la vida familiar de muchas maneras y aporta dignidad y promueve la participación de las personas que se han visto forzadas a abandonar su país.
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