Análisis de actualidad – Marzo 2006 (IV)
-¿Para qué tocar las heridas?
Alguien responde:
– Para qué va a ser, para curarlas.
Y la mujer añade:
– ¿Pero quién se atreve?[1]
La declaración de un “alto el fuego permanente” por parte de ETA cierra la incertidumbre vivida en los últimos meses y activa la esperanza en nuestra sociedad. Esperanza precavida, cautelosa. Pero no cabe duda de que las energías sociales y el anhelo de paz se han revitalizado a partir de la jornada del 22 de marzo.
Vivimos, posiblemente, en uno de esos tiempos históricos que Hannah Arendt[2] caracterizó como aquellos en los que el tiempo está determinado tanto por las cosas que ya fueron como por cosas que todavía no son. En la historia estos intervalos han demostrado en más de una ocasión que pueden contener el momento de la verdad. Y como dice Ernesto Sábato, en su libro La Resistencia, hay tiempos en que se echa la niebla y no se puede volver atrás, ni se ve el camino hacia delante. Esos, como hoy, son tiempos de paciencia y de coraje[3].
Y tiempos de responsabilidad. Los diversos análisis políticos convergen en un punto: el comunicado de ETA –tanto por su forma, contenido y contexto conocido– parece apuntar el comienzo de su desaparición. Mientras se diluye la sombra que ha condicionado nuestra vida política, se acrecienta la responsabilidad que recae sobre las instituciones, los agentes sociales y la ciudadanía. Es el momento también para que las comunidades cristianas ofrezcamos la mejor de nuestras aportaciones.
1.- No podemos renunciar a un futuro de paz en una sociedad reconciliada
Un sociedad fracturada por un conflicto violento debe enfrentar las consecuencias de esa violencia, apoyar a las víctimas y supervivientes y reconstruir las relaciones sociales deterioradas[4].
Resulta así irrenunciable:
- Reconocer efectivamente a las víctimas de la violencia su derecho a la memoria, el reconocimiento, la verdad, la justicia y la reparación que sea posible.
- Deslegitimar socialmente la utilización de la violencia con pretendidos fines políticos y defender una cultura de paz y de respeto absoluto a los derechos humanos.
- Abrirse al diálogo social que reconstruya relaciones de convivencia rotas y exigir de la clase política – y de los medios de comunicación social – la responsabilidad, los esfuerzos, el talante y los acuerdos que vayan normalizando nuestra sociedad.
- Mejorar el actual estado de derecho haciendo crecer la calidad de su democracia y de la participación crítica y comprometida de la ciudadanía en los asuntos públicos.
- Recuperar energías hipotecadas en el llamado conflicto vasco para dedicarlas a la construcción de otras dimensiones de la justicia y de la solidaridad fraterna.
2.- Llamadas especiales para la Iglesia en esta coyuntura
Una primera tarea tiene que ser la apertura permanente, individual y comunitaria, ante el Dios que anunciamos para aceptar su perdón transformador por nuestros pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión. Abundan los déficits pasados y presentes. No hemos estado a la altura de lo que, desde la humanidad que compartimos y el Evangelio con el que afirmamos identificarnos, se podía esperar de la comunidad cristiana vasca en términos de cercanía para con las víctimas. Tampoco hemos mostrado la empatía suficiente para con otros sufrimientos por no saber distinguir entre el dolor (que siempre debe afectarnos y llamar a que intentemos sanarlo, en la medida en que ello sea posible) y valoraciones políticas o miedos.
En segundo lugar, tras analizar lo que de peculiar puede presentar la actual coyuntura, creo que desde la utopía del Evangelio, podemos realizar aportaciones originales y de enorme potencia
2.1.- En orden a deslegitimar la violencia:
- Distinguir entre lo contingente: ideas y proyectos, de lo fundamental: las personas, hijas de Dios y convocadas todas a la mesa fraternal del Reino. Desde la vida de Jesucristo, sus seguidores debemos afirmar y defender sin vacilación que la vida propia se puede entregar al servicio de una causa de justicia y de libertad, pero que la vida de los demás es sagrada y sólo Dios puede disponer de ella.
- Evangelizar todos nuestros sentimientos identitarios. Que nuestra primera y fundamental seña de identidad sea la adhesión al proyecto de Jesucristo y sólo después aparezcan otras señas de identidad mucho menos importantes. Cuando nuestras identidades más hondas no están adecuadamente evangelizadas, se convierten en idolatrías. Denunciar esas idolatrías que han permitido socializar a tantos jóvenes en la cultura de la violencia, en la justificación de la disponibilidad de la vida de otras personas, etc. es una contribución a esa necesaria deslegitimación social de la violencia en nuestra sociedad.
- Como una parte del sistema educativo de este país está constituido por centros concertados cuya titularidad corresponde a instituciones eclesiales, esta deslegitimación de la violencia debe ocupar un lugar central en los proyectos formativos de todo centro educativo. En los de titularidad eclesial, no sólo desde la cultura de paz y de los derechos humanos de matriz pacifista y humanista. También desde el Evangelio: ¿incluimos el amor a los enemigos y la oración por los que nos persiguen (Mt 5, 43-48) en nuestros objetivos formativos o nos quedamos sólo en el respeto al diferente?
2.2.- En orden a ir construyendo una sociedad reconciliada:
- Cultivar un modo especial de acercarse al sufrimiento, ayudar a expresarlo y aprender a compartirlo – en la medida en que ello es posible -, aceptar lo que tiene de irreversible y aceptar que toda cruz nos debe interpelar (con Desmond Tutú podemos vivir desde la clave de “la igualación moral del sufrimiento”). Mostrar una empatía compartida hacia todas las víctimas y sus personas allegadas. Lo que no significa, sin embargo, la igualación de todos los procesos políticos, las causas o los victimarios, ni afirmar que todo es igual.
- Proponer que el reconocimiento del mal causado y la apertura a la concesión del perdón en cristiano no pueden ser precondición de nada. Dios, como el Padre de la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32), ha perdonado antes de que le pidan perdón. “Jesús no exigió a los pecadores que se convirtieran primero, para integrarse en el buen sistema, sino que empezó ofreciéndoles el perdón y la solidaridad de Dios que es amor para todos, no sistema al servicio de algunos. …. No exigió una conversión, porque supo que sólo el perdón gratuito puede “convertir” y transforma a todos …… para crear un tipo diferente de vida compartida, donde caben todos”[5].
- Es verdad que, como en el caso de las dos personas crucificadas junto a Jesús en el Calvario, una entró en la dinámica del perdón ofertado y la otra no fue capaz de ello. Así ha sido y será entre nosotros, pero la comunidad cristiana no puede renunciar a ofrecer a todo afectado por la violencia la dinámica que mejor la desarma: la de la otra mejilla (Mt 5, 38-42; Lc 6, 27-35) que, en muchas ocasiones, coloca al adversario frente a una reacción tan inesperada que le puede llevar a iniciar un camino nuevo de reconocimiento del daño ocasionado y, tal vez, hasta la petición de perdón a quienes fueron sus víctimas. Esta dinámica no elimina la necesidad de que el estado de derecho busque la verdad e imponga la justicia que se les debe a las víctimas. Pero va más allá, forma parte de ese exceso que Jesús demanda de sus discípulos: caminar dos millas, cuando te exigen injustamente una (Mt 5, 38-42).
- Y desde ahí ofertar, con el ejemplo de la convivencia en comunidades cristianas formadas por personas plurales, pero renovadas y convertidas, una nueva forma de convivencia y una nueva cultura política.
2.3.- Cultivando una espiritualidad del exceso
- Todo ello desde el cultivo de una espiritualidad del exceso y del riesgo. Como el que asumió el Samaritano (Lc 10, 29-37) deteniéndose para atender al apaleado o como el que aceptó la viuda pobre (Mc 12, 41-44; Lc 21, 1-4) desprendiéndose de lo único que tenía, no de lo que no alteraba su seguridad.
- Rezando el padrenuestro (Mt 6, 12) con todas sus consecuencias: su lógica no puede ser impuesta como ley civil, pero si puede ser vida compartida que muestra lo que como palabra es: experiencia y camino voluntario de gracia. Vivir convencidos que la solución de la violencia no se resuelve con política y policía (aunque ambas tienen sentido en su plano), sino con perdón y gratuidad[6]. Así podremos colaborar a pasar del perdón de las víctimas (tema esencial del evangelio) a una política de la reconciliación.
Y todo lo anterior en el interior de nuestra Iglesia: en nuestras celebraciones y en las catequesis, en nuestras revisiones de vida y en los pronunciamientos públicos de nuestros Obispos, en nuestra oración y en nuestro compromiso. Así como en medio de la sociedad: en nuestros ambientes familiares, vecinales o de trabajo, en el partido, el sindicato o la organización social, en las sesudas reflexiones y en las conversaciones aparentemente más banales. Hasta que vivamos convencidos de que el mejor plan de futuro es el que nos ha revelado Dios en Jesucristo (Ef 1, 3-14), renunciando a ser prometeos que creen que todo depende de su esfuerzo o narcisos que sólo se preocupan de su propia comodidad.
Pedro Luis Arias Ergueta
Profesor de la UPV/ EHU, miembro de Gesto por la Paz
[1] Diálogo en la película de Montxo Armendáriz, El Silencio Roto. Tomado de la referencia 3.
[2] Arendt H. (1995). “De la historia a la acción”. Paidós, Barcelona.
[3] Este párrafo es deudor de uno similar tomado de: Martín Beristain C. “Memoria y Reconciliación. Debates y desafíos en el caso vasco”. Hika, 174, págs. 14-15 (2006).
[4] Martín Beristain C. y Páez Rovira D. “Apoyo a las víctimas y reconstrucción social: experiencias internacionales y el desafío vasco. Fundamentos, Madrid.
[5] Pikaza X. “Del perdón de la víctimas a la política del perdón”. Eclesalia, 26 de febrero de 2006.
[6] Lefranc S. (2004) “Políticas del perdón”, Cátedra, Madrid.