Éxito en la jornada organizada por la Fundación Ellacuría que reunió a más de 100 personas reflexionando sobre el papel transformador de la educación y de las escuelas en el acompañamiento y acogida de la infancia refugiada y migrante.
El pasado jueves 14 de noviembre, la Fundación Ellacuría celebró la jornada “Un lugar para ser”, un evento que puso la infancia refugiada en el centro y convirtió la Sala Ellacuría de la Universidad de Deusto en un espacio de reflexión y sensibilización sobre el impacto de las migraciones forzosas en la infancia y la capacidad de la educación para transformar vidas.
En su apertura institucional, Xabier Legarreta, viceconsejero de Juventud y Reto Demográfico del Gobierno Vasco, recalcó la importancia de construir sociedades que no solo protejan, sino que reconozcan y acojan. “Cada niño y niña merece que levantemos un muro de contención ante la barbarie de la guerra y el sufrimiento”, expresó. Por su parte, Iñigo Zubizarreta, concejal de Derechos Humanos, Convivencia y Cooperación del Ayuntamiento de Bilbao, destacó que las escuelas son “espacios donde nace el respeto, la diversidad encuentra un hogar y se construye la sociedad del mañana”.
“LA EDUCACIÓN SALVA VIDAS”
La primera mesa redonda, titulada «Realidades de la infancia en la guerra», profundizó en las complejas situaciones que enfrentan los niños y niñas en contextos de conflicto. Arantxa Osés, de Save the Children, compartió cifras estremecedoras: 59 conflictos activos en el mundo, la mayor cifra desde la Segunda Guerra Mundial, y 473 millones de niños viviendo en zonas de conflicto: “Esto no solo destruye vidas, sino que mutila sueños”, afirmó. Osés también subrayó la importancia de la educación en estos contextos, describiéndola como “una herramienta que salva vidas al ofrecer espacios seguros donde los niños no solo sobreviven, sino que vuelven a ser niños”.
Jesús Sevilla, miembro de Entreculturas y del JRS Oriente Medio, relató las experiencias de los más de 2 millones de refugiados sirios en este pequeño país: “En Líbano, muchas familias viven en tiendas de plástico, expuestas al frío del invierno y al calor abrasador del verano. Los niños llegan con una ‘mochila invisible’ cargada de traumas, pérdidas y una incertidumbre que los paraliza”. Sevilla destacó los esfuerzos para crear espacios de acogida seguros donde los niños puedan aprender, jugar y reconstruir su confianza.
Por su parte, Hibai Arbide, activista especializado en la crisis migratoria en Lesbos, ofreció un desgarrador testimonio sobre las políticas europeas: “En los campos de refugiados de las islas griegas, la escolarización no está permitida. Estos lugares, que deberían ser refugios, se han convertido en espacios de tortura emocional y física, especialmente para las niñas. Son entornos donde la frustración y el abandono siembran violencia”. Arbide llamó a cuestionar la pasividad de la comunidad internacional frente a estas violaciones de derechos humanos.
LA PARTICIPACIÓN DE LA COMUNIDAD, ESENCIAL
La segunda mesa redonda, titulada «La escuela como eje fundamental en la acogida de la infancia migrante y refugiada», puso el foco en el papel de la educación como herramienta para la integración y el desarrollo personal. Amelia Barquín, filóloga y docente en la Universidad de Mondragón, habló sobre los retos de las escuelas vascas: “La segregación escolar lleva demasiado tiempo normalizada. Debemos desnaturalizarla y construir centros educativos donde el alumnado se sienta reconocido y tenga acceso real al éxito escolar”. Barquín también subrayó la necesidad de fomentar y reconocer “identidades múltiples” en los niños migrantes, permitiéndoles sentirse pertenecientes tanto a su cultura de origen como a la de acogida. Además, destacó la importancia del ocio diferencial, señalando que el tiempo fuera de la escuela también tiene un impacto crucial en el desarrollo de los niños, y que cuando no se aprovecha adecuadamente, “el abismo social entre un alumnado y otro se agranda”, limitando sus oportunidades de aprendizaje y socialización.
Rocío García Carrión, investigadora Ikerbasque en la Universidad de Deusto, enfatizó la necesidad de un enfoque basado en evidencias científicas y presentó el modelo de Comunidades de Aprendizaje como una propuesta eficaz para superar desigualdades. “La ciencia nos dice que los niños aprenden a través de las interacciones sociales, y esas interacciones, si están bien orquestadas, pueden transformar vidas”, explicó. En este sentido, puso el foco en la participación activa de las familias en las interacciones que mejoren las trayectorias educativas y en la misma gestión de los centros: “La participación de la comunidad es esencial, no de forma folclórica o turística, sino como parte integral del proceso educativo”, señaló. Y destacó el papel fundamental de los referentes adultos para los niños y niñas: “Si no los tenemos en cuenta, no vamos a conseguir el desarrollo que el alumnado necesita. Es necesaria la participación interactiva, receptiva, y recíproca. No podemos perder ni un momento de interacciones de calidad”. Actuaciones educativas de éxito como las tertulias dialógicas o los grupos interactivos generan estas condiciones óptimas para que “ninguna niña se quede atrás, que no sean vidas perdidas ni vidas en tránsito” y concluyó, resaltando que “estos niños necesitan soñar; debemos poner un horizonte inclusivo transformador”, concluyó.
Finalmente, Marisabel Albizu, directora de la Fundación Ellacuría, cerró la mesa subrayando el valor de la acogida comunitaria. “La escuela puede ser un lugar donde los niños sean, sin adjetivos, un espacio donde reparar lo roto y reconstruir desde el reconocimiento y la confianza”, afirmó. Albizu llamó a la ciudadanía y a las instituciones a asumir un compromiso colectivo para garantizar que las escuelas sean espacios de convivencia real y no de exclusión. En este sentido, destacó que las escuelas son lugares estratégicos para fomentar la acogida y la convivencia, donde “se crean amistades, aprendemos a mezclarnos, nos encontramos con personas diversas”, lo que permite desarrollar capacidades para la convivencia. Además, resaltó la importancia de generar espacios seguros en los que cada niño sea reconocido por su historia y sus necesidades, y no por su situación administrativa. La acogida comunitaria, según Albizu, no solo es una práctica necesaria, sino también un bien común, ya que “nos hace bien a todas las personas”, fortaleciendo así el tejido social y educativo.
UN LUGAR DONDE CRECER Y SOÑAR
El evento concluyó con un relatorio de Sara Diego, de Alboan, quien resumió las principales reflexiones y retos de la Jornada. Destacó la necesidad urgente de priorizar los derechos de la infancia, especialmente en contextos de conflicto y desplazamiento, donde los niños y niñas sufren consecuencias físicas y psicológicas profundas.
A nivel local, subrayó el papel crucial de la educación intercultural y de las Comunidades de Aprendizaje como herramientas para la integración y el desarrollo, enfatizando la importancia de generar espacios inclusivos donde garantizar que cada niño y niña tenga un lugar donde crecer y soñar. Finalmente, destacó el compromiso colectivo de la ciudadanía, las escuelas y las instituciones en la construcción de comunidades de acogida, invitando a la acción conjunta para garantizar una convivencia real y transformadora.