Nos encontramos, una vez más, recordando la memoria de los seis jesuitas y dos mujeres asesinadas en la madrugada del 16 de noviembre de hace 26 años en la UCA de El Salvador. Después de tantos años, los nombres de Ignacio Ellacuría, Martín Baró, López y López, Montes, Amando López y Moreno, junto a Julia Elba y Celina, se nos han hecho familiares. Ojalá, también, el recuerdo a su labor, su aporte y sus apuestas.
Una de las características más relevantes de aquellos jesuitas recordados era la importancia que ponían en identificar al “Jesús histórico». Miraban la realidad que les rodeaba para encontrar en ella el paso de Jesús y la encarnación concreta de Dios. Este ejercicio que practicaban de manera continua es un rasgo que quienes les recordamos tenemos la responsabilidad de incorporar a nuestras vidas. Ser fieles a su memoria no es únicamente preguntarnos o indagar sobre la realidad en la que vivieron y murieron, sino cuestionarnos sobre quiénes, hoy y ahora, en el año 2015, nos hablan de la presencia de Dios y de su encarnación en Jesús.
Estos jesuitas nos ayudan hoy a poner luz sobre nuestras propias realidades. Hoy Europa, y nuestra tierra también, está siendo preguntada directamente sobre su hospitalidad. Sobre su capacidad para acoger el sufrimiento de decenas de miles de personas que diariamente tienen que abandonar sus lugares de vida y aventurarse a buscar territorios más seguros en los que poder volver a ser personas, con dignidad y derechos, con seguridad, con atención, con cuidado. Ciertamente no sabemos lo que nuestros recordados jesuitas dirían sobre cómo lo estamos haciendo, sobre cómo estamos atendiendo al
verdadero rostro del Jesús de hoy: el hombre y la mujer, el niño y la niña que vienen de Siria, Irak, Eritrea, pero también del Magreb, del áfrica subsahariana… que huyen de la guerra, de la devastación, del hambre y la persecución. Lo que sí sabemos es que a ellos les tocó acompañar, escuchar, orar, dar voz, a miles de salvadoreños que, por motivos de guerra, se convirtieron en desplazados y refugiados dentro de su propio país y en los países de su entorno. Cada uno desde sus saberes y capacidades, hicieron realidad el mandato del Servicio Jesuita para Refugiados “acompañar, servir y defender”. Un Servicio fundado por nuestro querido Pedro Arrupe, a quién también recordamos en estos días.
Y es que responder a las urgencias y llamadas de cada tiempo es una exigencia del Evangelio. Los seis jesuitas de la UCA escucharon, tomaron conciencia y actuaron. Quienes hoy les recordamos pidiendo ser fieles a su memoria, se nos ha de pedir escucha, toma de conciencia y actuación. Hoy, el fruto que queremos poner encima de la mesa es nuestro deseo de generar hospitalidad, hospitalidad con mayúsculas. Es nuestra contribución al mundo de hoy y a la memoria de quienes hace ya 26 años fueron asesinados por defender la justicia.