La gestión de la interculturalidad es uno de los desafíos más importantes para la nueva sociedad de la inmigración. La convergencia de una abanico tan grande de identidades culturales en un mismo espacio geográfico y político demanda de los actores sociales respuestas audaces de tal manera que la diversidad se entienda como una riqueza y no como un obstáculo que pueda entorpecer el curso normal de la vida de los hombre y las mujeres que conviven en un mismo espacio vital.
La Fundación Social Ignacio Ellacuría ha invitado recientemente a Bruno Kaimwa y Diego García para compartir, desde sus propias identidades culturales, lo que ha significado el encuentro con la cultura europea y en concreto con la cultura e identidades del País Vasco. A ellos les hemos planteado estas preguntas para su compartir.
- ¿Cómo ha sido mi experiencia de encuentro INTERCULTURAL?
- Esa relación o encuentro, ¿cómo ha afectado mi propia identidad?
- ¿Mi identidad se ha visto enriquecida o disminuida en este proceso de encuentro? ¿En qué aspectos?
Bruno Kaimwa (congoleño). Hace año y medio vino a Europa para realizar un master en la Universidad de Deusto y en la Universidad de Palermo (Italia). Bruno describe así su encuentro con la cultura europea.
- ¿Cómo ha sido mi experiencia de encuentro INTERCULTURAL?
Hay tres ámbitos de la vida que, aunque parezcan triviales, han afectado e interpelado mi vida y me han hecho sentir en un espacio que no es el mío. Estos son la comida, la ropa y las ideas.
En primer lugar la comida: la gente con quien yo vivía y me relacionaba no estaba preparada para reconocer lo que yo quería o tenía que comer, les impresionaban ciertos alimentos y llegaban a decirme que no comiera eso o aquello. La forma de cocinar también generó algunos desencuentros pues a mis compañeros les parecía inadecuada la forma como yo lo hacía y me daban indicaciones de cómo lo debía hacer.
Un aspecto complejo era la compra. En los mercados encontraba pocas cosas típicas de África aunque en Bilbao la situación, con relación a Italia, es un poco mejor pues en los supermercados cada vez encuentro más comidas tropicales aunque los autóctonos no las conozcan suficientemente.
Las personas muestran curiosidad al ver qué voy a comer y cómo lo voy a preparar, pero detrás de eso hay un desconocimiento de la dieta africana, por ejemplo, no ven cómo nos podemos comer unos plátanos con cacahuetes. Pero, nosotros, sabemos manejar la dieta y podemos definir qué comer para estar bien alimentados y con buena salud. No es que tenga problemas con la dieta del País Vasco, simplemente, en algunos momentos, me apetece comer productos típicos de mi país.
Estos encuentros y desencuentros me han servido también para comprender como se cocina aquí y no hacer escándalo.Con respecto a la ropa puedo decir que es el aspecto menos duro. En los aeropuertos y en la calle la gente manifiesta su curiosidad por la ropa que llevo, por las camisas de colores alegres y vistosos, incluso se acercan a preguntarme de dónde es la ropa y si se puede comprar en alguna tienda de Bilbao. Confieso que me agradaba que valoraran positivamente nuestra forma de vestir, sin embargo, también hubo gente que me insinuó que tenía que cambiar mi forma de vestir para ser más acorde con la cultura europea.
El tercer ámbito, el de las ideas, es un poco más complejo. El punto de vista del Sur es difícilmente reconocido por la comunidad científica del Norte. Por ejemplo, si estoy citando un autor que no se conoce en el espacio europeo, aunque la argumentación sea sólida, hay problemas para su aceptación. Hay un punto de vista que domina – el del Norte – y la reflexión debe ir por este camino que es el conocido. Yo creo que hay que insistir en que no hay un solo punto de vista, hay otras teorías que provienen del Sur, que intentan explicar la realidad que vivimos en el mundo y tienen gran validez, no obstante, es difícil convencer al ámbito cultural y académico de Europa porque los autores del Sur no se conocen y reconocen en el norte.
Otro aspecto que me ha llamado la atención es la diferente valoración que se tiene sobre si una persona es educada o no. Se suele decir “es un chico bien educado” o “es un chico mal educado”, sin embargo, si no se conoce la cultura de una persona no se puede decir que es mal educado cuando hace una cosa distinta. Hay costumbres africanas que no se comprenden y aquí se interpretan como un comportamiento inadecuado. Con un ejemplo se puede ilustrar la afirmación anterior: en África, un niño bien educado nunca miraría a los ojos a un adulto cuando éste le habla, tiene que mantener una actitud de escucha atenta pero sin mirar a los ojos. Sin embargo, aquí, se entendería como una actitud de despreocupación por lo que le dice el adulto. - Esa relación o encuentro, ¿cómo ha afectado mi propia identidad?
El encuentro con la cultura europea ha interpelado mi comportamiento en dos niveles. Me ha permitido hacer un inventario de los valores que tengo y que, de alguna manera, no conocía o percibía con claridad cuando vivía en mi país. También me ha permitido detectar los puntos en los cuales no puedo hacer concesión porque afectaría mis valores y los puntos en cuáles debo trabajar porque son una riqueza, por ejemplo, la relación de género. Me he dado cuenta que vengo de una sociedad machista, tenía las teorías de la equidad de género en la cabeza pero hay diferencia entre éstas y la práctica. - ¿Mi identidad se ha visto enriquecida o disminuida en este proceso de encuentro? ¿En qué aspectos?
Al confrontar las dos culturas, la vasca y la congoleña, mi identidad se ha enriquecido porque ahora tengo la capacidad de ver y valorar los elementos constitutivos de mi cultura y me permite ver las cosas buenas que hay aquí y que yo debo integrar en mi modo de ser y actuar.
Mi objetivo ahora es estudiar para volver a trabajar en mi país. Esto me implica un esfuerzo grande para que al regresar no se genere un problema de integración con mis paisanos. Si hago muchas concesiones en cuanto a los valores de mi cultura, sin duda, lo voy a tener.
Diego García (chileno). Hace año y medio vino a Europa para realizar un Doctorado en la Universidad de Deusto.
- ¿Cómo ha sido mi experiencia de encuentro INTERCULTURAL?
Esta es la primera vez que salgo a vivir fuera de mi país. Vengo de Santiago de Chile que es la capital de mi país. Al ser la capital de un Estado bastante centralista me ha hecho repensar la idea de dónde queda el sur. No todo el sur está en el sur geográfico. Un autor, Martín Hopenhayn(1), incluso llega a sugerir el cambio de calificación entre sur y norte por el de personas internacionalmente integradas y nacionalmente excluidas, lo que es muy típico de esta era de la globalización. Vengo, entonces, del “norte del sur”, lo cual significó que mi llegada al País Vasco haya sido menos traumática de lo previsible, pues la realidad es más homogénea (idioma, vínculos culturales, estándar de vida, etc.) con la que yo traía como referencia. Las diferencias, para mi, se preveían menos y no tan chocantes.
El encuentro también me hizo ver lo distintos que somos en América Latina. Somos sociedades que nos hemos desarrollado de maneras muy distintas. Aunque la pobreza lacerante sea un punto común a toda Latinoamérica, es muy diferente la que se experimenta en Haití que la que se vive en Paraguay, que la que hay en Uruguay o Chile. Los procesos diferentes del desarrollo van marcando las identidades nacionales.Lo intercultural me ha ayudado a comprender lo que somos los chilenos. Tendemos a lo mesocrático, a mimetizarnos sin destacar, a disolvernos en la medianía. Somos grises en la escala cromática de América Latina. Solemos tener un tono melancólico de ahí que, por ejemplo, en nuestra música prevalezcan los tonos menores en contraste del brillo y la vivacidad de los tonos mayores de regiones musicalmente más alegres, como puede serlo Centroamérica y El Caribe.
En los últimos años, por la mejoría en la situación económica, los chilenos hemos empezado a ser menos provincianos, a mirar más hacia otros lados, hacia otras formas de ver y entender la realidad. Sin embargo, ese encuentro con otros nos ha hecho a veces más arrogantes y desagradables, comportamientos que no se corresponden con la forma de actuar tradicional hospitalaria que se atribuía a los chilenos.El País Vasco tiene un superávit de interrogación identitaria y Chile, en cambio, tiene déficit. Lamento que por estas cosas se tengan los conflictos que se tienen aquí. Si no fuera por estos conflictos, los vascos serían el pueblo más divertido de la tierra. Aquí siento que hay un orgullo por el paisaje, por el folklore, por los deportes tradicionales, por las tradiciones… que no sólo es pintoresco, sino además bonito. En Chile esto no se cultiva, hay incluso un sentimiento de vergüenza por lo que somos.
En Bilbao veo que se está apostando por ser una ciudad cosmopolita, una ciudad donde circule gente de otras partes: se escuchan muchos idiomas y hay una circulación natural de otros. En Chile, al contrario, somos ciegos a la diversidad que tenemos. Un ejemplo claro de esa ceguera es el tratamiento de la cuestión indígena. Tras la mal llamada “pacificación de la Araucanía” de fines del siglo XIX, se logró arrinconar a la etnia Mapuche a miles de kilómetros de los centros urbanos y, los muchos miles que viven en Santiago incluso se han cambiado los apellidos para mimetizarse aunque sus facciones les revelan. A pesar de que aquí en Bilbao la diversidad se expresa de una mejor manera, la tensión hacia lo cosmopolita no es gratis, puede convertirse en un problema lacerante si al mismo tiempo convive una población cuya identidad vasca es heterofóbica(2).
Este encuentro me ha permitido también ver la diferencia entre interculturalidad y multiculturalidad. La interculturalidad es algo así como inseminarse con las cosas de los demás en tanto que la multiculturalidad se podría concretar en la expresión “juntos pero no revueltos”. La interculturalidad nos permite ver que formamos parte de un mismo conjunto pero sin suprimir las diferencias, sino cotejándolas, pasándolas por el cedazo.
Desde América Latina se tiene una imagen homogénea de España, sin embrago, el venir uno detecta inmediatamente la pluralidad de formas de estar en el conjunto del Estado y las enormes riquezas culturales. Ver esas diferencias invita a afinar el lente para entender este país y el tuyo propio. - Esa relación o encuentro, ¿cómo ha afectado mi propia identidad?
La identidad como concepto puede ser una trampa, hay que trabajarlo para que sirva y no haga daño. Aunque refiriéndose a otro tipo de problemas, Wittgenstein advertía mucho en contra de la “jaula” del lenguaje. Estando en el País Vasco el recuerdo de ese pensamiento me ha venido mucho a la mente. Si se presenta un concepto de identidad como una esencia ya definida e inamovible, puede hacer mucho daño a la larga.Un profesor chileno, Grínor Rojo(3), distingue entre identidad singular, particular y general.
La identidad singular es la que tiene cada uno de nosotros, que lo diferencia de todos los demás. La particular está constituida por un conjunto más amplio de rasgos que compartimos con otros y, la general es la que habla de lo que somos en el sentido más amplio posible como seres humanos, por ejemplo (así, en discusiones acerca de cuándo comienza la vida humana, si el embrión es o no ser humano, etc.).
Cada uno forma parte de varias identidades particulares que no necesariamente son armoniosas entre sí. La identidad puede ser poderosa para proteger o para excluir.La identidad nacional es sólo una de entre varias identidades particulares posibles, dice Grínor Rojo. Se supone que es la que más pesa y orienta, no obstante hoy se va disolviendo relativamente. Aferrarse a una identidad como algo rígido hace de la identidad una trampa pues el singular que cada uno es, al revisarlo y confrontarlo, se constata que se comparte con alguien. Hay unas identidades micro y otras macro; unas fueron elegidas y otras me eligieron. En este sentido es difícil comprender la lealtad hacia algo que no he elegido o juzgar si un acto es meritorio o culpable, como por ejemplo, haber nacido vasco, o chileno, o blanco, o negro.Conclusión: la identidad es algo que se está resolviendo. No implica desentenderse de la herencia, pero es también reflexión, proyección, vocación… Yo soy el que todavía no soy y eso es también mi identidad. Soy lo que he heredado y también lo que quiero ser y lo que quiero dejar de ser, lo que quiero superar para ser mejor. Soy mi vocación, aquello por lo que siento un cierto llamado que aún no termina de realizarse.La identidad es compleja, plural, voluble, situada y a la vez desarraigada, es un proyecto siempre en construcción.
Notas:
- Martín Hopenhayn, Ni apocalípticos ni integrados. Aventuras de la Modernidad en América Latina. Fondo de Cultura Económica, Chile, 1995
- Tomás Fernández Aúz, “De la rabia a la razón. Para una metamorfosis constructiva de la heterofobia en Euskadi”, en VV.AA., Razones contra la violencia. Por la convivencia democrática en el País Vasco, Volumen III, Bakeaz, Bilbao, 1998
- Grínor Rojo, Globalización e identidades nacionales y postnacionales… ¿de qué estamos hablando? LOM, Chile, 2006, 218 pp
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