En este mes de diciembre, donde las luces de las calles y el gentío en los comercios se entremezclan con el frío y la lluvia, una familia espera la llegada de su niño Dios.
Con motivo de celebrarse el 8 de marzo el Día Internacional de la Mujer, os compartimos un artículo firmado por nuestra compañera Edith Ulloa, que se publica en la Revista Mensajero. «Siempre es buen momento para recordar y hacer visible aquello que es fundamental y nos preocupa. Cada 8 de marzo solemos tener presente la realidad de las mujeres trabajadoras. Una realidad diversa, compleja y también condicionada por la identidad cultural, social y religiosa en países y sociedades diferentes. No obstante, el camino de la igualdad es un aspecto que nos hace coincidir. En pleno siglo XXI la igualdad real y de presencia de las mujeres en los espacios públicos es una realidad aún en construcción. Las estadísticas nos siguen indicando que la brecha entre la realidad de las mujeres y la de los hombres es relevante: diferencias salariales que reflejan menores ingresos para las mujeres realizando el mismo trabajo que los hombres; no respeto de los derechos laborales en actividades profesionales con mayoría de presencia femenina; mujeres víctimas de trata con fines de explotación sexual; ejercicio de la violencia sobre las mujeres de manera sistemática; dejación de los cuidados y trabajos del hogar, mayoritaria en manos de mujeres, y percepción de la conciliación laboral y familiar como algo destinado únicamente a las mujeres; menor posibilidad de acceso a espacios y posiciones de alta decisión laboral, social y política. Estos y otros rasgos presentes en nuestro entorno confirman que la desigualdad entre hombres y mujeres es todavía un fenómeno estructural y sistémico. Y que, por tanto, los cambios que se necesitan requieren transformaciones de gran alcance que se concreten en, al menos, dos niveles: un nivel macro, donde se construyen las políticas, los sistemas sociales, económicos, normativos y culturales; y un nivel micro, en el que se vive lo cotidiano, las relaciones y entornos de convivencia. Solo es posible caminar hacia una igualdad más efectiva si estos dos niveles se encuentran y retroalimentan. Los cambios en los marcos normativos y jurídicos no tienen efecto significativo en la vida de las mujeres si no se producen, simultáneamente, modificaciones efectivas en nuestras calles, hogares, escuelas… De la misma manera, la transformación de nuestras vidas y vínculos diarios necesitan ir acompañadas por el reconocimiento formal y legal de estar construyendo un nuevo «pacto social» que articule las sociedades de una manera diferente, en el que las vidas de las mujeres sean vividas por ellas y valoradas por la sociedad entera. Tener presente el 8 de marzo como día internacional de la mujer desde la perspectiva de las transformaciones que aún están por llegar, nos hace reconocer con mirada agradecida los grandes pasos dados por tantas mujeres a lo largo de la historia. Muchas aportando desde el silencio y la invisibilidad en sus entornos cotidianos, otras logrando que sus nombres perduraran en el tiempo vinculados a actividades políticas, sociales o profesionales. Su legado es una herencia que inspira y compromete a seguir dando pasos: en la política, la economía, la Iglesia, la sociedad y, a la vez, en casa, la escuela, la calle, el trabajo… El 8 de marzo es una nueva oportunidad para renovar el compromiso por seguir transitando este largo y necesario camino en la búsqueda de una igualdad que está relacionada, en definitiva, con el reconocimiento de la dignidad.» Puedes descargar el artículo en la web de Mensajero aquí.
Nos encontramos, una vez más, recordando la memoria de los seis jesuitas y dos mujeres asesinadas en la madrugada del 16 de noviembre de hace 26 años en la UCA de El Salvador. Después de tantos años, los nombres de Ignacio Ellacuría, Martín Baró, López y López, Montes, Amando López y Moreno, junto a Julia Elba y Celina, se nos han hecho familiares. Ojalá, también, el recuerdo a su labor, su aporte y sus apuestas. Una de las características más relevantes de aquellos jesuitas recordados era la importancia que ponían en identificar al “Jesús histórico». Miraban la realidad que les rodeaba para encontrar en ella el paso de Jesús y la encarnación concreta de Dios. Este ejercicio que practicaban de manera continua es un rasgo que quienes les recordamos tenemos la responsabilidad de incorporar a nuestras vidas. Ser fieles a su memoria no es únicamente preguntarnos o indagar sobre la realidad en la que vivieron y murieron, sino cuestionarnos sobre quiénes, hoy y ahora, en el año 2015, nos hablan de la presencia de Dios y de su encarnación en Jesús. Estos jesuitas nos ayudan hoy a poner luz sobre nuestras propias realidades. Hoy Europa, y nuestra tierra también, está siendo preguntada directamente sobre su hospitalidad. Sobre su capacidad para acoger el sufrimiento de decenas de miles de personas que diariamente tienen que abandonar sus lugares de vida y aventurarse a buscar territorios más seguros en los que poder volver a ser personas, con dignidad y derechos, con seguridad, con atención, con cuidado. Ciertamente no sabemos lo que nuestros recordados jesuitas dirían sobre cómo lo estamos haciendo, sobre cómo estamos atendiendo al verdadero rostro del Jesús de hoy: el hombre y la mujer, el niño y la niña que vienen de Siria, Irak, Eritrea, pero también del Magreb, del áfrica subsahariana… que huyen de la guerra, de la devastación, del hambre y la persecución. Lo que sí sabemos es que a ellos les tocó acompañar, escuchar, orar, dar voz, a miles de salvadoreños que, por motivos de guerra, se convirtieron en desplazados y refugiados dentro de su propio país y en los países de su entorno. Cada uno desde sus saberes y capacidades, hicieron realidad el mandato del Servicio Jesuita para Refugiados “acompañar, servir y defender”. Un Servicio fundado por nuestro querido Pedro Arrupe, a quién también recordamos en estos días. Y es que responder a las urgencias y llamadas de cada tiempo es una exigencia del Evangelio. Los seis jesuitas de la UCA escucharon, tomaron conciencia y actuaron. Quienes hoy les recordamos pidiendo ser fieles a su memoria, se nos ha de pedir escucha, toma de conciencia y actuación. Hoy, el fruto que queremos poner encima de la mesa es nuestro deseo de generar hospitalidad, hospitalidad con mayúsculas. Es nuestra contribución al mundo de hoy y a la memoria de quienes hace ya 26 años fueron asesinados por defender la justicia.
Os invitamos a leer el siguiente relato-testimonio de una de las muchas mujeres trabajadoras del hogar que acompañamos y que viven en primera persona una serie de atropellos vinculados a la injusta legislación laboral que regula el trabajo de hogar,
Durante años la Fundación Ellacuría, junto a otras organizaciones, viene acompañando a mujeres trabajadoras del hogar en Bizkaia. Los principales esfuerzos realizados tienen que ver con la dignificación de su trabajo